lunes, 8 de abril de 2013

LA GUERRA (IN)CIVIL ESPAÑOLA


    Uno de los temas que más me han interesado de nuestra Historia ha sido la Segunda República y la Guerra Civil. Creo que para entendernos y aceptarnos como pueblo, como colectividad, es necesario que losespañoles nos traslademos a los  años treinta del pasado siglo. Este librito del filósofo Julián MARÍAS nos ayuda en ese viaje.
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Julián Marías
La Guerra Civil. ¿Cómo pudo ocurrir?
Madrid, Fórcola Ediciones, 2012

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De la importancia de nuestra guerra civil de 1936-39 da idea la vasta bibliografía histórica surgida sobre la misma, así como el interés que despertó en su día en todo el mundo, viniendo a participar en ella voluntarios de numerosos países. La literatura ha dado sobre el tema obras maestras como Por quién doblan las campanas, de Hemingway, la trilogía de Gironella Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos y Ha estallado la paz, o La esperanza de Malraux. El cine nos ha legado piezas magistrales como ¡Ay, Carmela!, de Carlos Saura, Tierra y Libertad, de Ken Loach o La vaquilla del genial Berlanga. Ensayistas como Padro Laín Entralgo y Rafael Calvo Serer, Salvador de Madariaga o Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz se dedicaron, a raíz de nuestra contienda fratricida, a meditar sobre el ser de los españoles, continuando el todavía no cerrado debate sobre el problema de España. Tal es el caso del filósofo Julián Marías, que nos ocupa en esta recensión. Todos ellos se han preguntado, al margen de la historiografía propiamente(salvo Albornoz), sobre las causas y motivaciones morales que desencadenaron aquel dramático y desgraciado acontecimiento.
  Discípulo predilecto de Ortega y Gasset, a Julián Marías se le suele adscribir ideológica y políticamente al ámbito liberal conservador. Sin embargo, en el momento en que  surgió la guerra civil, recién terminada la carrera de Filosofía tras abandonar la de Química, pertenecía al Ejército republicano, realizando tareas de traductor y colaborando en el ABC republicano y en Hora de España. Admirador del socialista Besteiro, apoyó la constitución del Consejo Nacional de Defensa. Por todo ello, al término de la contienda sería encarcelado, siendo finalmente sobreseído su proceso. Pero el régimen franquista le mantendría marginado de la Universidad, prohibiéndole también que colaborara en la prensa. Sobrevivió a este ostracismo volcándose en el ensayo y la traducción, dando conferencias por todo el mundo y, finalmente, impartiendo cursos en las más prestigiosas universidades de Estados Unidos.
    En este pequeño libro(84 págs. de las que hay que descontar las del Prólogo, a cargo del historiador Juan Pablo Fusi, y las del Epílogo por el editor) Julián Marías no aporta datos, estadísticas, fuentes hemerográficas o bibliográficas, sino claves interpretativas dentro de una constante en su obra, cual es la reflexión sobre España. Eulogio Montero Santarén afirmaba, en su Marcografía histórico-descriptiva de la ciudad de Llerena, que “el que ignora la historia de su patria es un extranjero en ella, y quien no sabe la de sus antepasados ignora la suya propia”. Partiendo de este axioma, aborda Julián Marías el estudio(mejor dicho, la comprensión) de nuestra guerra civil, con la finalidad de superar sus traumáticos efectos.  Para empezar, queda atónito y perplejo ante lo desproporcionado y monstruoso de nuestra guerra. Pese a los motivos que pudiera haber habido, que de hecho había, referidos a una realidad compleja, problemática y de cambio, encuentra la guerra como “algo desmesurado”, como una “anormalidad social”(pág. 32). Anormalidad que marcaría a los españoles y que—una vez más-- les desviaría de su trayectoria histórica, retrasando su incorporación a Europa. Por eso, el joven Marías(si se prefiere, el combatiente republicano Marías) desarrollará un rechazo firme contra la guerra en primer lugar y después contra los beligerantes.
  En su afán de entender por qué los españoles se aniquilaban entre sí, Julián Marías va dándonos algunas claves. En primer lugar, la discordia que fue instalándose entre los españoles, es decir, “la voluntad de no convivir, la consideración del 'otro' como inaceptable, intolerable, insoportable”(pág. 34). Y lo grave fue que se pasara de no aceptar la diferencia a pretender aniquilarse unos y otros. Esto, antes que Julián Marías, ya lo habían señalado otros españoles como, por ejemplo, Goya al pintar el cuadro Duelo a garrotazos, o Unamuno cuando se refirió a los hunos y los hotros. En fin, aparecía de nuevo la eterna España pendenciera e intransigente.
  En segundo lugar, Julián Marías señala como una lacra de la República la politización, que lo dominó todo: “lo único que importaba saber de un hombre, una mujer, un libro, una empresa, una propuesta, era si era de 'derechas' o de 'izquierdas', y la reacción era automática”(pág. 44). Nos cuenta al respecto Josep Pla, en su historia sobre la Segunda República española, cómo un señor ponía en sus tarjetas de visita: “Fulano de tal, ingeniero republicano”.
  En tercer lugar, Marías habla de frivolidad. Practicamente todos los estamentos dirigentes “se dedicaron a jugar con las materias más graves, sin el menor sentido de responsabilidad, sin imaginar las consecuencias de lo que hacían, decían u omitían”(pág. 50). Cómo se explica, de no haber sido por esto, que un político de la talla de Azaña, un verdadero estadista, dijera aquello de “España ha dejado de ser católica”.
  En cuarto lugar, la no aceptación de las reglas de la democracia. La historiografía más solvente está hoy de acuerdo en que, en efecto, se produjo por parte del PSOE y de la CEDA, los dos principales partidos de masas durante la República, una patrimonialización de la política, en el sentido de considerar que sólo ellos eran capaces de dirigir la nave de la República. No se percataron, como nos advierte Marías, de “la gran virtud de la democracia: la de rectificarse a sí misma”(pág. 51). No contemplaron que pudiera darse con normalidad la alternancia en el poder, condición sine qua non para que la democracia perdure. Izquierdas y derechas se descalificaron entre sí, acudiendo cuando fue necesario a revoluciones o pronunciamientos militares.
  Por último, Julián Marías se refiere a que durante la República no se escuchó a los intelectuales. El paradigma de intelectual fue Ortega y Gasset, quien pronunció vibrantes discursos en las Cortes y numerosos artículos periodísticos, advirtiendo desde muy pronto que había que enderezar el rumbo de la República. Se le escuchó y leyó pero no se le hizo caso.  Decepcionado, se apartó de la vida pública. No obstante, Julián Marías precisa que los intelectuales también “se desalentaron demasiado pronto”(pág. 58).
  Señaladas las causas principales de la guerra, Julián Marías termina su esclarecedor librito señalando que “lo de menos fue la guerra”(pág. 60), en el sentido de que, simultáneamente al desarrollo bélico de la misma, tuvo lugar una verdadera caza de los “desafectos”. “En ambas zonas todos los que no eran incondicionales eran sospechosos”(pág. 62). Esta filosofía de exterminio continuaría hasta bien entrada la postguerra. En el magnífico óleo de Velázquez, La rendición de Breda, el general Ambrosio de Spínola, vencedor en la batalla de Breda, levanta al vencido, el general Justino de Nasau, que le entrega las llaves de la ciudad conquistada, en un gesto de generosidad, nobleza y dignidad para el vencido que, desgraciadamente, no se produjo en nuestra postguerra. Tenía razón Pedro de Espinosa cuando afirmaba en su Pronóstico judiciario, en 1627, que “en la guerra civil todas las cosas serán desdichadas, mas ninguna tanto como la victoria”.
   Libro recomendable porque su autor no fue nunca hombre de partido y, por lo tanto, nos habla con neutralidad. Recomendable, además, no sólo por sus análisis penetrantes, sino por la brillantez y rigor de su escritura. Finalmente, al deleite que produce su lectura contribuye también, aparte del escaso número de páginas(que se nos hacen poquísimas), la no inclusión de notas a pie de página, algo de lo que tanto se abusa en la actualidad.

                                                         FELIPE TRASEIRA
                                                       

                                                                                                                 

CORRUPCIÓN

     CORRUPCIÓN, ¡NO VA MÁS!
Me quedo atónito ante los casos cada vez más frecuentes de corrupción en España. La desaparición de 
controles a todos los niveles y la inexistencia de castigos ejemplares no ayudan a que desaparezca esta 
verdadera plaga. 
 El daño que ello produce en  los jovenes, en nuestros alumnos, es muy grande. Debemos de hacer los 
profesores un gran esfuerzo por hacerles ver que la política es o debiera ser  una actividad noble. En último
término, que comprendan que lo importanate en la vida no es el tener sino el ser.
    Pero lo que deben saber también nuestros jovenes es que la corrupción se origina en nuestro mismo sistema democrático. La democracia, que con tantos esfuerzos y  renuncias de un lado y de otro construimos entre todos, ha degenerado al cabo de treinta y tantos años en una partitocracia. Los partidos políticos se han convertido en verdaderas maquinarias electorales, preocupados sólo de promocionar a las posiciones de poder a correligionarios dóciles aunque romos intelectual y moralmente. Si a ello unimos que la división de poderes, fundamental en una verdadera democracia, no existe o sólo existe sobre el papel y que los gobiernos, con más frecuencia de la debida, actúan motivados no por el bien común o general sino por intereses particulares y/o  corporativos, no es exagerado entonces afirmar que, en cierta medida, vivimos gobernados por una especie de despotismo ilustrado, cuyo lema de gobierno era Todo para el pueblo, pero sin el pueblo.Los ciudadanos, poseedores de derechos naturales y políticos y poseedores legítimos de la soberanía nacional, se ven sin embargo despojados cada vez más de su capacidad de influencia y control del poder político por una casta de políticos profesionales.De ahí la indiferencia o pasotismo de la sociedad ante la política.

    Pero no nos confundamos, la corrupción no es sólo política. También se origina en el modelo de sociedad que tenemos, modelo que da primacía al dinero, a la riqueza fácil y a la apariencia. Cada vez estamos más atrapados por una sociedad basada en un consumo ilimitado más allá de las necesidades reales de los ciudadanos. Parece como si la única fuente de felicidad fuera un consumo voraz. Y lo dramático es que, junto a ello, los diferentes gobiernos son incapaces de terminar con las diferencias sociales, cada vez más profundas y más difíciles de ocultar. Se me dirá que qué tiene que ver esto con la corrupción política. Pues mucho, pues este tipo de sociedad que adormece a las gentes con un consumo desaforado, pero que a la larga es alienante, esta sociedad supone el caldo de cultivo para que proliferen conductas muy alejadas de lo que debiera ser una verdadera ética ciudadana, asentada en valores de austeridad, pluralismo y justicia e igualdad sociales.Digamos que el modelo de sociedad que tenemos es una magnífica cantera de futuros corruptos.