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Julián
Marías
La
Guerra Civil. ¿Cómo pudo ocurrir?
Madrid,
Fórcola Ediciones, 2012
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De la
importancia de nuestra guerra civil de 1936-39 da idea la vasta bibliografía
histórica surgida sobre la misma, así como el interés que despertó en su día en
todo el mundo, viniendo a participar en ella voluntarios de numerosos países.
La literatura ha dado sobre el tema obras maestras como Por quién doblan las campanas, de Hemingway, la trilogía de
Gironella Los cipreses creen en Dios,
Un millón de muertos y Ha estallado la paz, o La esperanza de Malraux. El cine nos ha
legado piezas magistrales como ¡Ay,
Carmela!, de Carlos Saura, Tierra y
Libertad, de Ken Loach o La vaquilla
del genial Berlanga. Ensayistas como Padro Laín Entralgo y Rafael Calvo Serer,
Salvador de Madariaga o Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz se dedicaron,
a raíz de nuestra contienda fratricida, a meditar sobre el ser de los españoles, continuando el todavía no cerrado debate
sobre el problema de España. Tal es
el caso del filósofo Julián Marías, que nos ocupa en esta recensión. Todos
ellos se han preguntado, al margen de la historiografía propiamente(salvo
Albornoz), sobre las causas y motivaciones morales que desencadenaron aquel
dramático y desgraciado acontecimiento.
Discípulo predilecto de Ortega y Gasset, a
Julián Marías se le suele adscribir ideológica y políticamente al ámbito
liberal conservador. Sin embargo, en el momento en que surgió la guerra civil, recién terminada la
carrera de Filosofía tras abandonar la de Química, pertenecía al Ejército
republicano, realizando tareas de traductor y colaborando en el ABC republicano y en Hora de España. Admirador del socialista
Besteiro, apoyó la constitución del
Consejo Nacional de Defensa. Por todo ello, al término de la contienda sería
encarcelado, siendo finalmente sobreseído su proceso. Pero el régimen
franquista le mantendría marginado de la Universidad, prohibiéndole también que
colaborara en la prensa. Sobrevivió a este ostracismo volcándose en el ensayo y
la traducción, dando conferencias por todo el mundo y, finalmente, impartiendo
cursos en las más prestigiosas universidades de Estados Unidos.
En este pequeño libro(84 págs. de las que
hay que descontar las del Prólogo, a cargo del historiador Juan Pablo Fusi, y
las del Epílogo por el editor) Julián Marías no aporta datos, estadísticas,
fuentes hemerográficas o bibliográficas, sino claves interpretativas dentro de
una constante en su obra, cual es la reflexión sobre España. Eulogio Montero
Santarén afirmaba, en su Marcografía
histórico-descriptiva de la ciudad de Llerena, que “el que ignora la
historia de su patria es un extranjero en ella, y quien no sabe la de sus
antepasados ignora la suya propia”. Partiendo de este axioma, aborda Julián
Marías el estudio(mejor dicho, la comprensión)
de nuestra guerra civil, con la finalidad de superar sus traumáticos
efectos. Para empezar, queda atónito y
perplejo ante lo desproporcionado y monstruoso de nuestra guerra. Pese a los
motivos que pudiera haber habido, que de hecho había, referidos a una realidad
compleja, problemática y de cambio, encuentra la guerra como “algo
desmesurado”, como una “anormalidad social”(pág. 32). Anormalidad que marcaría
a los españoles y que—una vez más-- les desviaría de su trayectoria histórica,
retrasando su incorporación a Europa. Por eso, el joven Marías(si se prefiere,
el combatiente republicano Marías) desarrollará un rechazo firme contra la
guerra en primer lugar y después contra los beligerantes.
En su afán de entender por qué los españoles
se aniquilaban entre sí, Julián Marías va dándonos algunas claves. En primer
lugar, la discordia que fue
instalándose entre los españoles, es decir, “la voluntad de no convivir, la
consideración del 'otro' como inaceptable, intolerable, insoportable”(pág. 34).
Y lo grave fue que se pasara de no aceptar la diferencia a pretender
aniquilarse unos y otros. Esto, antes que Julián Marías, ya lo habían señalado
otros españoles como, por ejemplo, Goya al pintar el cuadro Duelo a garrotazos, o Unamuno cuando se
refirió a los hunos y los hotros. En fin, aparecía de nuevo la
eterna España pendenciera e intransigente.
En segundo lugar, Julián Marías señala como
una lacra de la República la politización,
que lo dominó todo: “lo único que importaba saber de un hombre, una mujer, un
libro, una empresa, una propuesta, era si era de 'derechas' o de 'izquierdas',
y la reacción era automática”(pág. 44). Nos cuenta al respecto Josep Pla, en su
historia sobre la Segunda República española, cómo un señor ponía en sus
tarjetas de visita: “Fulano de tal, ingeniero republicano”.
En tercer lugar, Marías habla de frivolidad. Practicamente todos los
estamentos dirigentes “se dedicaron a jugar con las materias más graves,
sin el menor sentido de responsabilidad, sin imaginar las consecuencias de lo
que hacían, decían u omitían”(pág. 50). Cómo se explica, de no haber sido por
esto, que un político de la talla de Azaña, un verdadero estadista, dijera
aquello de “España ha dejado de ser católica”.
En cuarto lugar, la no aceptación de las
reglas de la democracia. La historiografía más solvente está hoy de acuerdo en
que, en efecto, se produjo por parte del PSOE y de la CEDA, los dos principales
partidos de masas durante la República, una patrimonialización de la política,
en el sentido de considerar que sólo ellos eran capaces de dirigir la nave de
la República. No se percataron, como nos advierte Marías, de “la gran virtud de
la democracia: la de rectificarse a sí misma”(pág. 51). No contemplaron que
pudiera darse con normalidad la alternancia en el poder, condición sine qua non para que la democracia
perdure. Izquierdas y derechas se descalificaron entre sí, acudiendo cuando fue
necesario a revoluciones o pronunciamientos militares.
Por último, Julián Marías se refiere a que
durante la República no se escuchó a los intelectuales. El paradigma de
intelectual fue Ortega y Gasset, quien pronunció vibrantes discursos en las
Cortes y numerosos artículos periodísticos, advirtiendo desde muy pronto que había
que enderezar el rumbo de la República. Se le escuchó y leyó pero no se le hizo
caso. Decepcionado, se apartó de la vida
pública. No obstante, Julián Marías precisa que los intelectuales también “se
desalentaron demasiado pronto”(pág. 58).
Señaladas las causas principales de la
guerra, Julián Marías termina su esclarecedor librito señalando que “lo de
menos fue la guerra”(pág. 60), en el sentido de que, simultáneamente al
desarrollo bélico de la misma, tuvo lugar una verdadera caza de los “desafectos”.
“En ambas zonas todos los que no eran incondicionales eran sospechosos”(pág.
62). Esta filosofía de exterminio continuaría hasta bien entrada la postguerra.
En el magnífico óleo de Velázquez, La
rendición de Breda, el general Ambrosio de Spínola, vencedor en la batalla
de Breda, levanta al vencido, el general Justino de Nasau, que le entrega las
llaves de la ciudad conquistada, en un gesto de generosidad, nobleza y dignidad para el vencido
que, desgraciadamente, no se produjo en nuestra postguerra. Tenía razón Pedro
de Espinosa cuando afirmaba en su Pronóstico
judiciario, en 1627, que “en la guerra civil todas las cosas serán
desdichadas, mas ninguna tanto como la victoria”.
Libro
recomendable porque su autor no fue nunca hombre de partido y, por lo tanto,
nos habla con neutralidad. Recomendable, además, no sólo por sus análisis
penetrantes, sino por la brillantez y rigor de su escritura. Finalmente, al
deleite que produce su lectura contribuye también, aparte del escaso número de
páginas(que se nos hacen poquísimas), la no inclusión de notas a pie de página,
algo de lo que tanto se abusa en la actualidad.
FELIPE TRASEIRA