Primeros días de clase, caras nuevas, otras conocidas. Palabras de bienvenida, de ánimo y de aliento. Trato de infundirles el gusto por aprender, el gusto por aprender--si se me permite la cursilada-- cosas buenas, que les ayuden en su desarrollo como personas y también que les prepare adecuadamente para la vida profesional. Fernando de los Ríos reconocía, en carta a su tío Francisco Giner de los Ríos, que "sólo me desespera lo mucho que ignoro". Hace ya unos años publicábamos un artículo("Curso nuevo, fracaso viejo", diario HOY, 6-XI-2001) ante el comienzo del curso escolar, que reproducimos a continuación. Tal vez conserve actualidad.
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Comenzó
el
curso
escolar
con
unos
cien
mil
alumnos
menos
y
con
una
serie
de
problemas
graves.
Tal
vez
el
más
llamativo
y
de
más
impacto
en
la
opinión
pública
sea
el
del
fracaso
escolar.
Unas
recientes
jornadas
de
expertos
en
educación,
celebradas
en
Madrid,
han
vuelto
a
insistir
en
el
mismo.
Uno
de
cada
cuatro
alumnos
de
la
ESO
no
concluye
la
misma.
Los
estudiantes
cometen
faltas
de
ortografía,
poseen
un
vocabulario
escaso
y
pobre,
tienen
mala
caligrafía,
no
se
expresan
correctamente
y
apenas
leen.
La
realidad
es
ésta,
cruda
y
dura.
La
sociedad
se
pregunta
cómo
puede
ser
esto
posible,
precisamente
cuando
el
estudiante
tiene
a
su
alcance
más
medios
que
nunca.
Libros
de
texto
maravillosamente
ilustrados,
vídeos,
el
ordenador…
no
son,
al
parecer,
instrumentos
eficaces
para
el
alumno,
cuando
debieran
serlo.
Y
lo
grave
del
asunto
es
que,
a
la
hora
de
diagnosticar
las
causas
del
mencionado
fracaso
escolar,
las
partes
implicadas(alumnos,
padres
y
profesores)
se
acusan
mutuamente.
Mal
podemos
resolver
un
problema
cuando
adoptamos
la
táctica
del
avestruz.
Ya
dije
en
esta
misma
tribuna(De
nuevo
el
fracaso
escolar,
2-VIII-2000)
que,
como
todo
gran
problema,
las
causas
son
múltiples
e
interrelacionadas.
Padres,
alumnos
y
profesores,
no
necesariamente
en
este
orden,
son
directamente
responsables.
Entiendo
que
el
buen
profesor,
además
de
vocación,
debería
tener
una
buena
preparación
académica,
un
amplio
conocimiento
de
la
disciplina
que
imparta.
En
la
actualidad,
el
conocimiento
a
que
aludo
suele,
a
veces,
camuflarse
con
el
despliegue
de
una
surtida
gama
de
procedimientos
y
actividades.
Con
el
pretexto
de
que
el
alumno
tiene
que
aprender
por
sí
mismo,
se
echa
por
la
borda
la
transmisión
del
saber.
Pero
es
que,
además
de
ciencia,
el
profesor
debería
reunir
talante
y
aptitudes
pedagógicas.
Ha
de
ser
en
el
aula
abierto
y
tolerante,
capaz
de
crear
una
atmósfera
de
camaradería
y
distensión,
e
incluso,
de
establecer
una
relación
cuasi
amistosa
con
sus
alumnos.
Cuenta
en
sus
Memorias
Juan
Simeón
Vidarte
que,
durante
sus
años
de
estudiante
en
Madrid,
al
salir
de
las
clases
solía
acompañar
desde
la
Facultad
a
su
casa
al
profesor
don
Julián
Besteiro.
Los
grandes
profesores,
como
Giner
de
los
Ríos,
Unamuno,
Ortega…
permitían
acercárseles
a
sus
alumnos.
De
esta
manera
transcendían
el
aula,
descubriendo
mejor
las
potencialidades
de
sus
alumnos
y
guiándoles
más
certeramente
en
el
propio
autoconocimiento
y
autorrealización.
El
profesor
aparece
así
como
guía
del
conocimiento
y
aprendizaje.
Desde
Sócrates
sabemos
que
éste
es
el
método
de
enseñanza
más
racional
y
pedagógico.
Pero
ello
no
debe
suponer,
ya
digo,
que
el
profesor
no
deba
transmitir
conocimientos.
Los
profesores
seguimos,
a
veces,
anclados
en
la
tradición,
en
la
rutina.
No
nos
percatamos
de
que,
si
no
hacemos
a
los
alumnos
las
materias
atractivas,
no
se
engancharán
a
ellas.
Cualquiera
puede
enseñar,
pero
no
todos
pueden
enseñar
seduciendo.
Debemos
darnos
cuenta
de
que,
en
la
actualidad,
los
profesores
no
somos
la
única
fuente
del
saber:
existen
la
televisión
y
el
ordenador,
y
éstos
sí
que
tienen
una
alta
capacidad
de
seducción.
Por
otra
parte,
los
Centros
de
Profesores
y
Recursos(CPR),
más
que
formadores
de
los
profesores,
han
quedado
reducidos
a
expendedores
de
créditos.
Por
lo
que
se
refiere
a
los
padres,
faltos
de
tiempo,
se
desentienden,
a
veces
más
de
la
cuenta,
de
los
hijos,
sin
percatarse
de
que
éstos
no
sólo
reciben
en
los
centros
de
enseñanza
una
instrucción(a
cargo
del
profesorado)
sino
también
una
educación
humana
e
integral,
y
ésta
debería
ser
obra
conjunta
y
complementaria
de
padres
y
profesores.
Es
lamentable
que
haya
padres
que
no
aparezcan
por
el
centro
ningún
día
a
lo
largo
del
curso
para
interesarse
por
la
marcha
de
sus
hijos,
y
cuando
lo
hacen
es
obligados,
ante
el
surgimiento
de
algún
problema.
El
contacto
periódico
entre
padres
y
profesores
es
vital.
A
veces
ha
sucedido
que
algún
padre
ha
ido
a
buscar
a
su
hijo
al
centro
y,
al
preguntarle
qué
curso
o
especialidad
hacía,
no
sabía
qué
responder,
sólo
que
estaba
allí,
en
el
centro.
Parece
como
si
hubiera
padres
que
se
limitaran
a
aparcar
a
sus
hijos
en
los
institutos.
Desgraciadamente
hay
padres
que,
carentes
de
formación
académica,
no
pueden
ayudar
en
sus
tareas
a
sus
hijos.
Pero
lo
que
sí
pueden
hacer
es
preocuparse
de
facilitarles
un
lugar
idóneo
para
el
estudio,
llevar
un
ritmo
de
vida
ordenado
en
cuanto
a
alimentación
y
tiempo
de
sueño,
evitar
los
conflictos
familiares,
etc.
Esto
sí
pueden
hacerlo,
al
igual
que
infundir
a
sus
hijos
normas
de
comportamiento
elementales,
sobre
todo
de
urbanidad.
También
deberían
mostrar
los
padres
deseos
de
aprender
ellos
mismos,
procurando
leer
algún
libro
o,
al
menos,
la
prensa,
hacer
algún
curso,
etc.
Se
educa
con
el
ejemplo
y,
sobre
todo,
con
esta
actitud
se
pertrecharían
de
más
autoridad
para
exigir
después
a
sus
hijos.
Por
lo
que
se
refiere
a
los
alumnos,
estudian
poco,
hasta
el
extremo
de
que
ocho
de
cada
diez
reconocen
“poco
esfuerzo”
por
aprender,
y
cuando
lo
hacen
es
de
manera
repetitiva
y
memorística.
Demandan
de
los
profesores
no
introducciones
explicativas
para
después
elaborar
ellos
mismos
sus
propios
apuntes,
sino
los
apuntes
ya
elaborados
para
memorizarlos
a
continuación.
Deberían
darse
cuenta
de
que
hay
que
estudiar
para
saber
y
que
el
aprobado
es
una
consecuencia
lógica
de
ello.
Un
día
sí
y
otro
también,
al
mandarles
los
ejercicios
para
realizar
en
casa,
nos
encontramos
con
que,
en
efecto,
los
traen
al
día
siguiente
hechos,
pero
calcados
del
libro
de
texto,
sin
asimilar
antes
los
temas.
Los
alumnos
no
se
han
dado
cuenta
aún
que
su
actividad
no
se
reduce
sólo
a
asistir
a
clase
y
a
realizar
mecánicamente
los
ejercicios.
Su
actitud
tiene
que
ser
activa,
tanto
en
clase
como
en
casa.
El
libro
de
texto
no
debe
ser
la
única
fuente
de
conocimiento
para
el
alumno.
Debe
complementarse
con
consultas
a
diccionarios,
enciclopedias
y
otros
textos
de
consulta.
Los
medios
audiovisuales
deben
y
pueden
utilizarse,
pero
dosificádamente.
Para
asimilar
los
conceptos
es
preciso
primero
estar
atentos
en
clase,
y
después
estudiar
en
casa.
Hecho
esto,
podrán
realizar
las
tareas
y
ejercicios
que
se
les
manden.
El
estudio,
por
muy
ameno
que
se
haga,
supone
un
esfuerzo,
una
disciplina,
en
la
soledad
del
cuarto
de
estudio.
Y
también,
aunque
sea
impopular
decirlo,
conlleva
ciertas
renuncias,
como
pasar
menos
horas
ante
el
televisor
y
el
ordenador
o
salir
menos
con
los
amigos.
Como
trasfondo
del
fracaso
escolar
está
la
falta
de
consolidación
del
modelo
educativo,
a
la
espera
de
la
resolución
de
la
polémica
entre
los
partidarios
de
la
comprensividad
y
los
defensores
de
introducir
elementos
correctores
a
la
misma.
Entretanto,
el
fracaso
escolar
nos
habla
con
claridad
de
la
calidad
de
nuestra
enseñanza.
__________