domingo, 26 de octubre de 2014

BUENOS Y MALOS ESTUDIANTES


      BUENOS Y MALOS ESTUDIANTES

A veces me preguntan amigos o conocidos qué tal me va con mis alumnos, cómo se portan los estudiantes, dando por anticipado que este comportamiento será malo. Entienden que los jóvenes tienen en la actualidad comportamientos difíciles y que, por lo tanto, tendré que aguantar(tendremos que aguantar los profesores) bastante con ellos. Esta visión carece de rigor, aun siendo en parte cierta. 

Sin negar que la actividad docente requiere elevadas dosis de paciencia, siempre que me plantean estas cuestiones aclaro que hay un elevado porcentaje de estudiantes que, en efecto, no tienen interés por el estudio, o lo que es lo mismo, que no desean aprender, que no sienten la necesidad de saber cada día alguna cosa nueva. También hay bastantes estudiantes que vienen a los institutos con comportamientos indeseables: no saben sentarse adecuadamente, creen que durante las clases pueden hablar o reirse, faltan al respeto a profesores y demás personal, hablan a voces, tiran papeles o chicles en el patio, etc., etc.

FERNANDO DE LOS RÍOS, ministro de Educación durante la Segunda República española, catedrático de Filosofía y un gran humanista, confesaba en carta a su tío, el gran pedagógo FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS, que "sólo me desespera lo mucho que ignoro". Y Santa TERESA DE JESÚS, de la que este año celebramos el quinto centenario de su nacimiento, reconocía en su Libro de la vida: "Gran cosa es el saber y las letras para todos porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz".

Pues bien, este tipo de alumnos a que aludíamos antes, no muestra ningún interés en salir del túnel de su ignorancia, siente verdadera alergia al aprendizaje que nosotros, los docentes, les proponermos. El sistema educativo no deja a su suerte a este tipo de alumnos. Al contrario, para el docente que se precie constituyen un verdadero reto, en el sentido de ir haciéndoles atractivo, poco a poco, lo que ellos aborrecen tanto. 

Pero, afortunadamente, hay otro porcentaje de alumnos que, aunque minoritario, son buenos estudiantes, e incluso muy buenos estudiantes o estudiantes brillantes. No sé por qué rara coincidencia, suele suceder que este tipo de estudiantes acostumbra a desarrollar en las aulas actitudes correctas y educadas. 

Unos, al no someterse de buen grado a la disciplina de los centros educativos y al negarse al aprendizaje, se encontrarán el día de mañana, cuando se incorporen al mundo laboral y a la sociedad en general, con grandes dificultades de adaptación. Seguramente pagarán muy caro no haberse dado cuenta de que el estudio es un medio formidable para la adecudada inserción en la sociedad, e incluso para el ascenso social. Algunos de estos alumnos muy probablemente caerán en la marginación social, o se aproximarán a ella.

En cambio, los otros alumnos, los buenos alumnos, los alumnos brillantes, tendrán más fácil su incorporación al mundo laboral y social. Además, al haber asimilado no sólo contenidos sino pautas de conducta adecuadas, permitiendo que los docentes hagamos de ellos no sólo profesionales sino verdaderos hombres y mujeres, constituirán en la sociedad a la que se incorporarán verdaderos fermentos de democracia, porque no olvidemos que la enseñanza y la educación son fundamentales en toda democracia. Estos alumnos, a diferencia de los que se negaron al aprendizaje, a la disciplina y al esfuerzo, llevarán siempre consigo los valores y hábitos que los docentes, en sintonía con sus familias, les inculcamos día tras día en las aulas. Estos hábitos(tales como la afición al estudio, el gusto por la lectura y la buena música, el amor por la Naturaleza, la práctica de algún deporte), estos hábitos, digo, una vez aprendidos, nunca se pierden y serán siempre fuente de satisfacción y crecimiento personales. 

Tras el asedio de su ciudad, Megara, por las tropas del rey de Macedonia, Demetrio I, en el 307 a.C., preguntaron al fisósofo Stilpón qué le habían robado durante el pillaje, respondiendo que, en realidad, nada le habían quitado  pues seguía conservando su saber, su educación y sus principios. Esta es la verdadera riqueza de un ser humano y la mejor herencia que los padres pueden dejar a sus hijos.

Los docentes tenemos que atender a ambos grupos, a buenos y malos estudiantes. De las dificultades que nos hacen pasar los alumnos que no se han dado cuenta de las potencialidades que conlleva el estudio, nos compensan con creces ese grupito de buenos alumnos, de excelentes alumnos. Sólo por ellos merece la pena la  enseñanza. 
                                                                                                                             F.T.

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