LEE Y DISFRUTA
Vemos demasiada televisión. Lo preocupante es que la
mayoría de la audiencia siga, casi exclusivamente, programas de
entretenimiento escasamente formativos. Esto resulta demoledor cuando
el espectador es un niño o un joven. La pequeña pantalla se ha
convertido en el medio de comunicación hegemónico de nuestros días.
Esta situación se ha visto reforzada por la masificación del
ordenador y el móvil, a los que los jóvenes dedican también
bastantes horas diarias. Alarmados, hay quienes se preguntan si el
libro, desplazado por este abrumador dominio, sobrevivirá.
Sin embargo, el libro ha sido parte esencial en nuestra
cultura y uno de los cauces más importantes de comunicación. Lejos
quedan los tiempos en que el libro tenía carácter sagrado,
esotérico, y por lo tanto sólo unos pocos podían interpretarlo, o
aquellos otros en que los monasterios se convirtieron en depositarios
y focos de cultura y los monjes en sus exclusivos intérpretes. La
invención de la imprenta por Gutemberg difundió y democratizó la
lectura.
No se pretende que la lectura nos distraiga de nuestras
obligaciones, al modo como le sucedía a don Quijote, que “se daba
a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó
casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración
de su hacienda”, ni mucho menos de llegar a perder la chaveta, mal
que también aquejó al caballero de la triste
figura, quien “del poco dormir y del mucho
leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”.
Más que leer mucho, deberían leerse obras de calidad y, sobre todo
al principio, entretenidas.
Inculquemos en los estudiantes hábitos de lectura.
Creemos que una buena pedagogía sería aquella que, más que
atiborrar de contenidos a los alumnos, fomentara en ellos la
adquisición de hábitos saludables, tales como la lectura, que
perdurarán en ellos el resto de sus vidas. Los padres pueden
ayudar en esta tarea a los educadores leyendo ellos mismos, apagando
la televisión y dedicando más tiempo a leer con sus hijos o a
contarles historias y cuentos, antesala de la lectura.
La lectura es la base de la educación y ésta es un
factor muy importante de igualación social y de democratización.
Las personas iletradas caerán fácilmente en la exclusión social.
Esto lo comprendió muy bien el buscón quevediano Pablos cuando
pidió a sus padres que “me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni
escribir no se podía hacer nada”.
La belleza conseguida por el texto literario está a
años luz de la que puedan ofrecernos los nuevos medios, ni siquiera
la televisión. La espectacularidad de la imagen no llega a la
estética y hondura del texto.
El dominio del lenguaje, de la argumentación y de los
razonamientos son también superiores en el libro. En relación con
las personas que no lean, las que lo hagan se expresarán
generalmente mejor, serán más críticas y comprenderán mejor la
realidad.
En último término, el ser humano es por naturaleza un
ser insatisfecho con la vida que le rodea, agobiado por la monotonía
y frustración de la vida diaria, aun poseyendo bienes materiales.
A veces el tedium vivere nos
pesa como una losa. “Querer se distinto de lo que se es ha sido la
aspiración humana por excelencia”, ha reconocido el gran Mario
Vargas Llosa. De modo que, aunque sólo fuera por esta razón,
estamos condenados a
leer. La lectura se convertiría así en bálsamo, en calmante de
nuestro diario batallar.
No decimos que no se vea la televisión o que no se use
el ordenador. Bien utilizados, pueden ser magníficos vehículos
culturales o de entretenimiento formativo. Sostenemos que deben
hacerse compatibles con otras prácticas extremadamente formativas,
como la lectura.